miércoles, 23 de enero de 2019

Paquete Infinitum de la felicidad

En Mérida se vende un paquete para ser feliz. Digo que es en Mérida porque es donde vivo y más o menos conozco, no sé si este paquete se vende en el resto del país u otros lugares del mundo; supongo que habrán sus variaciones, similar a lo que sucede con platillos "tropicalizados" de las cadenas de comida rápida. Bueno pues, el paquete especial es muy sencillo y bastante fácil de conseguir. Consta de un matrimonio, hijos, una casita, algún vehículo motorizado y un trabajo estable que te permita jubilarte a las 60 años. Y me encanta este paquete, en verdad. Es sumamente seductor y tiene una campaña publicitaria de las más ingeniosas del mundo superando al Totalmente Palacio o a los anuncios amarillos de las Librerías Gandhi. También me gusta porque es una manera sencilla de no deshilacharse la cabeza pensando qué diablos haré con mi vida, y eso se agradece. En un mundo con tan pocas respuestas se debe uno sentir tranquilo que al menos hay un plan.

Claro, este paquete tiene variaciones y diferentes presentaciones dependiendo de los gustos, las preferencias y el nivel adquisitivo (tal como los paquetes de telefonía). Hay, por ejemplo, la presentación para la clase media, la más conocida, que promete (y cumple) con tener vacaciones en un all inclusive en la Riviera Maya y navidades y años nuevos rodeado de la familia extensa (quieras o no convivir con ella). La idea es muy simple: pórtate bien, sigue las reglas, trabaja duro y tendrás todo el paquete. Y, de nuevo, me encanta que este paquete exista. No entiendo a la gente que pide que el paquete sea abolido. No es necesario que la configuración de la felicidad (o la promesa de ella) sea algo demasiado elaborado, o demasiado complicado que sea frustrantemente imposible. Lo grandioso de ese paquete meridano de felicidad es que es como un puesto de cochinita pibil en domingo, puedes llegar a él incluso por accidente, sin realmente intentarlo o buscando francamente otra cosa, te lo topas. Es tan sencillo que todas las instituciones están configuradas y diseñadas para conseguirla y preservarla, de tal forma que no existen trabas gubernamentales o sociales que te impidan tener ese paquete. Parece una idea redonda. ¡Me encanta!

En este punto quiero remarcar, nuevamente, que es maravillosa la plenitud que se alcanza con ese paquete de servicios. Esa increíble sensación de sentirte parte, de cumplir las expectativas tuyas y de los demás, de tener a alguien que te cuide y a quienes cuidar. No pienso en puntos específicos o vivencias específicas, eso varía de persona a persona, pienso en las sensaciones al obtener el paquete y la tremenda plenitud al voltear la vista y mirar que poseemos cada elemento. Lo comparo con la sensación que tenía el día previo al inicio de curso escolar cuando llenaba mi mochila de los útiles nuevos y sabía que llevaba todo, incluso el juego de geometría que sabía no usaría ese día pero, quién sabe, a lo mejor urgiría realizar el cálculo de alguna hipotenusa. Era una sensación de plenitud al ver que todo estaba en orden, que tenía todo lo que me habían pedido por la escuela lo que haría que me dieran el nombre de estudiante y que pudiera compararme con otros menos aventajados en la lista de útiles o sentirme mal ante los que forraron sus libros con plásticos más fashion. Por eso lo entiendo y me gusta esa sensación.

Por eso siento que no le pediría a nadie que no buscara esa sensación de bienestar o satisfacción en este paquete; ¿quién soy yo para decirle a alguien si cómo vive es bueno o malo?, pero me pregunto qué pasa con las personas que este paquete no les provoca esta sensación. No sé si sean (seamos) tercos o testarudos, o quizá, como en mi caso, obtenemos el paquete y después del emocionante unboxing resulta que no nos emociona lo que hay en la caja, no porque no sea bueno, simplemente porque no lo hay, no se siente bien, no funciona.

 El paquete de felicidad, con sus diferentes presentaciones, tan sencillo y alcanzable, es muy buena idea pero no por eso deja de ser un monopolio de la felicidad. Un contrato con muchas letras chiquitas y pagos difíciles de seguir. Es un gran producto, claro, pero no sé si para todos y en todo momento. 

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