jueves, 24 de enero de 2019

Miento luego existo

En los últimos días he estado pensando mucho en la mentira necesaria. La mentira la veo irrenunciable más por la imposibilidad de alcanzar la verdad que por ser una decisión, un acto de maldad. Parecería que las mentiras es lo único que tenemos de cierto... parecería.

Pero mentir es un acto de creación, la obra de grandes artistas. La sola mentira no basta, hace falta también creérsela. Si se sonríe nervioso o se tartamudea ya no funciona porque nos delatamos, generamos sospecha y no faltará quien nos señale burlándose de lo obvio de nuestras mentiras. Pero cuando lo hacemos bien, cuando mentimos mirando a los ojos,  y convencemos al otro (y a nosotros mismos) de nuestras falsedades, podemos general realidades tan fuertes y perfectas que guían nuestros entendimientos, nuestros juicios y puntos de vista. Realidades que olvidamos que inicialmente fueron mentiras, justificadas o no, pero mentiras sobre las cuales vivimos, pensamos y actuamos. Y entonces, se vuelven verdades sobre las que podemos escribir nuevas mentiras. Pero esto no significa que, por ser mentiras, sean maldades o tengan la intensión de engañar para dañar, sino una manera de explicar llena de las falsedades que nos convengan decir sobre lo que vemos y lo que somos. 

... y a veces nos convienen cosas que a otros no; y esto es tan cierto como jodido. Simplemente no se puede ir por la vida sin tocar a los otros con nuestras mentiras. Si soy o no soy buena persona es lo de menos, lo importante son las mentiras que pueda o puedan llegar a decir sobre mí, y que éstas sean absolutas, creíbles y, sobretodo, verdaderas. 

Soy las mentiras que digo y dicen sobre mí y te creo (o no) las que dices, dicen y digo sobre ti. Porque si no fuera así enloqueceríamos. No podríamos confiar en nadie porque en la realidad sucedemos sin explicaciones ni realidades, llenos de mentiras descaradas y verdades incompletas que, entonces, también son falsedades.

Pero hay buenas noticias: en un mundo en el que no se puede confiar en nadie, ni en dios, el más perfecto mentiroso, no cabe dejar de preguntarse. No hay un "ya te conozco" no hay seres estáticos y conocidos, no hay los "dejemos que todo se lo lleve la chingada" porque si me conformo con las verdades mentirosas que me ofrecen los otros (y las mías propias) entonces puedo bajar los brazos y dejar de indagar, conversar, conocer y simplemente me dejaré ir por el camino que creo conocer entregándome al río de mentiras que me complacen y me acomodan. 

¿Esto se vale? Por supuesto. Y lo contrario también. 

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