jueves, 24 de enero de 2019

Yo no tengo gatos

En este momento mi gato come el resto del yogurt que dejé en el traste. No debería ser importante salvo por el hecho de que no tengo gatos, aunque sí como yogurt. Hace algún tiempo decidí vivir aquí, en Mérida, no porque fuera un lugar hermoso lleno de historia y cultura o porque aquí hubiera caído el meteoro que mató a los dinosaurios. No. la razón de mi elección es que vivir en los otros lados traería consecuencias que no quería afrontar. Soy demasiado limpio para vivir en uno de esos nosocomios en donde todos caminan como zombies con la garganta atiborrada de haldol y los ojos como los del meme ese de Selena Gomez como si tuvieras principios de conjuntivitis. Tampoco me atrae la idea de no tener cerca aparatos electrónicos que nunca uso o tener que aguantar que la gente me vea cagar, eso es algo que realmente no soportaría. Así que la idea de vivir en Mérida con sus 45 grados de calor en mayo y su frío entrecomillado en enero parecía un buen trueque a cambio de algunos lujos que tienen la facha de valer la pena. Pero ciertamente me cuesta entender por qué elegí seguir aquí. Digo, también tengo gatos y no sé como rayos sucedió... pero sí, tengo gatos, y para que no haya duda tengo seis y son como yo me los imagino. De igual manera tengo perros, tres entre semana y cinco los fines de semana... y una chiva que es la que hace entender que tengo que estar en un baile alucinógeno de la puta madre para que tenga sentido. De cualquier manera este espejismo lleno de animales, una profesión imaginaria y un devenir controlado parece la cárcel perfecta. ¿Qué más puedo pedir? Es un buen negocio para no estar consciente de lo que realmente sucede. Y no es que elija la píldora diferente como en matrix, es que es esto es lo que quedó al decidir no ser infeliz pero la verdad es que no me explico cómo sigo aquí. ¿Puedes creerlo? no hay mucho más que esta fantasía que no represente más que un deseo terrible de no estar. Pero ya hace muchos años que dejé de desear la muerte. A alguien, que no recuerdo, le prometí no pensar en ello y por alguna razón me es fácil cumplir la promesa. Es lo que pasa a veces con las promesas: en realidad nunca las cumplimos porque el hacerlo significa que en realidad siempre pudimos hacerlo, así que la promesa es sólo un pretexto para hacer lo que siempre habíamos querido pero necesitábamos que alguien pensara que es lo suficientemente importante para cumplirla por él o ella. En este caso si creo que la persona sí es importante, pero la promesa quizá cumpla esa misma lógica; sí, el que sea importante no quita el hecho de que siempre lo haya deseado. Porque era divertido ser el raro que deseaba morirse, como Kurt Cobain, pero necesitaba pasar algo importante para pensar que ya no era tan cool... y que más cool que formar parte del club de los 27 que el amor, sobre todo cuando tienes 28 y no tienes ni los discos de platino ni la banda ni el talento para conseguir el éxito en la música, así que no te queda más que ser algo diferente a un rock star suicida. Ahora podría ser autor de novelas juveniles, al estilo JK Rowling, y lo interesante es que no no hay gatos en esas historias que me creo en mi cabeza, excepto Romina, que es como lo que Emilia, mi gata, escribiría de una gata interesante. Pero la realidad es que no lo sé. No sé qué se supone que hago viviendo aquí más allá que estar con el pretexto por el cual no me maté en la adolescencia, ni decidí atragantarme con haldol o pasar la vida sedado, que ahora que lo pongo en esas palabras, no suena tan mal la idea. Entonces el calor no es el motivo, ni la cultura maya, ni que sea la ciudad más segura de México, ni los pretextos o los lujos. Pero tengo gatos, y los gatos comen yogurt o eso he leído en la internet. Así que mi gato está comiendo yogurt en este instante. Pero yo no tengo gatos... o no debería tenerlos... ¿o sí? ¿qué pasó? 

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